Adiós a mi Príncipe

Mi vida ha pasado por varios puntos de inflexión. El primero fue ver Apolo 13 en versión original, después de haber fumado (mucha) marihuana. Tenía quince años y mis padres me enviaron a California a pasar el verano con una familia americana, que resultó ser vegana y aficionada a los porros. Hubiera muerto de hambre, a no ser por los brownies de maria que cocinábamos en casa del vecino, Josh, un surfero apasionado del mar que acabó siendo mi primer novio. Josh me llevaba al parque natural de Point Lobos y me pedía que le hiciera fotos bañándose entre focas y algas peludas que parecían lianas. Bañarse allí estaba totalmente prohibido, pero era su forma de vacilarme, a parte de enseñarme a fumar maria con pipa y descubrirme canciones poco conocidas de Bob Marley. Al terminar el verano, Josh tenía previsto empezar la carrera de Biología Marina en San Diego. Años más tarde recuperamos el contacto y me dijo que se había casado y  había dejado la biología para trabajar de promotor inmobiliario en Hawaii.  También vi que tenía muchas canas. Le guardo cariño. De Josh aprendí dos cosas muy útiles para triunfar en la vida:  saberse de memoria la letra de Pea, de los Red HOt CHili Peppers, y ser consciente de los efectos afrodisíacos de la maría. HAce poco fumé dos caladas y de pronto me vi acariciando la mesa del restaurante y alabando el tacto de la madera.

Otro punto de inflexión importante en mi vida fue cuando subí a Montserrat por primera vez, hace cosa de un año. Subí en compañía de mi padre (en teleférico, por supuesto), y me defraudó. La vista de ese monasterio mastodóntico de color marrón encajonado entre las rocas, las tiendas de souvenirs baratos y los turistas asiáticos deambulando con cara de perdidos no lograron avivar mi catalanidad. No sentí nada. Vacío. Fealdad. Para turistadas en montañas, me quedo con la Muralla China.

El tercer punto de inflexión importante en mi vida se ha producido esta esta mañana, un img_20160208_132141.jpglunes al sol cualquiera, de estos que aprovecho para dar un paseo por la playa y pasar por el supermercado para hacer la compra de la semana. En mi caso, ‘hacer la compra’ se limita a comprar fruta y galletas,  ‘galletaz’, como hubiese dicho mi hermano en su etapa de zoy-tu-hermanito-gordito-zopaz –y-te-sigo-a todas-partes. Me encanta desayunar galletas mojadas en el café con leche.  Al cumplir los 30, mi ex me regaló un video en el que se filmaba comiéndose a escondidas mis galletas Digestive, porque sabía que me enfadaba si me dejaba sin.

Al cumplir los 31, coincidiendo con mi recién inaugurada soltería y mi caída en picado en el mundo laboral, tuve que hacer ajustes en el presupuesto familiar y decidí sustituir las Digestive por las galletas Príncipe. Me autoconvencí de que estaban igual o mejor de buenas, aunque intenté aquello de abrirlas por la mitad y chupar por separado las caras de chocolate como hacía cuando era una niña y me parecieron bastante sosas.  Desde entonces, desayuno galletas Príncipe doublechoc, que están más buenas que las normales. Un paquete de Príncipe Doublechoc cuesta 1,39eur en el Condis de debajo de mi casa, mientras que las Digestive de chocolate cuestan 2,69 euros.

El punto de inflexión en sí se ha producido en el momento en que, una vez en el Condis, he tenido que hacer un esfuerzo y pasar por alto el pasillo de las galletaz . La semana pasada me hice un análisis de sangre y me han dicho que tengo el colesterol demasiado alto. Mi médico de cabecera (mi madre) me ha prohibido las Príncipe, dice que son puras grasas saturadas. Me ha dicho que ya soy mayor, que desayune Danacols y queso fresco, y que no me pase con la sobrasada. Desde entonces soy una alma triste, y esta mañana me arrastraba cabizbaja por los pasillos del supermercado de Vilassar. “¿Necesitarás bolsa?”, me ha preguntado la cajera al observar mis esfuerzos por meter toda la compra dentro de una bolsa de tela. “No hace falta”, he respondido, orgullosa de haber traído la bolsa y ser ecológica por una vez. Detrás de mi, una jubilada con el pelo corto teñido de rubio y jersey de lana pasado de moda esperaba su turno para pagar. Su mirada impaciente me ha puesto nerviosa y me he apresurado en meter la piña y los yogures dentro de la bolsa. Al darme la vuelta, los danacols han saltado de la bolsa y han acabado reventados en el suelo.

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